Nos mueve la confianza
La voz del Metro dijo: “El transporte público no es foco de propagación del virus, numeral nos mueve la confianza”. El tren siguió llenándose. No alcancé a ver las personas que se subieron en Acevedo, proveniente del Metrocable Línea K. Como estrategia para distribuir mejor a los usuarios, en algunas estaciones cerraron la mitad de la plataforma, como en el caso de Niquía, para llenar los primeros coches e ir dejando vacíos los últimos y garantizar espacio para los usuarios que ingresan de estaciones concurridas como Acevedo.
Ahí íbamos todos, en este viaje de silencio, tapabocas y nuevas realidades. Los seis usuarios que viajaron conmigo en las sillas del frente desde Niquía seguían ahí. El primero se bajó en Industriales, era el quinto, al que llamé Carlos. Me despedí mentalmente de él. Su puesto lo ocupa ahora otro joven que lleva gorra, tenis rojos muy grandes y tapabocas quirúrgico. Su viaje fue muy corto, en Poblado se baja sin mirar a nadie, camina hacia la puerta mirando su celular y milagrosamente no se cae.

A esa hora no observo a nadie leyendo, la mayoría de personas van dormidas o supongo que escuchando música porque tienen puesto los audífonos.
Doña Luz, la de los converse amarillos se baja en Poblado y su puesto lo ocupa un personaje que parecía sacado de película. Tenía unos 60 años y llevaba puesta chompa con capucha y un enorme tapabocas del Independiente Medellín. Sus tenis también eran unos converse como los de doña Luz pero él los llevaba fuertemente apretados, color negro y muy gastados. Con sus dedos y su pie izquierdo parecía llevar el ritmo de una canción que tarareaba, se veía contento, pero su piel curtida y sus ojos reflejaban una vida de trabajos. A él sí que le dio curiosidad verme con mi libreta escribiendo porque no podía disimular y muchas veces nuestras miradas se encontraron. A él que no le puse nombre sino que lo llamé “el pequeño duendecillo”, después de un rato se paró y fue caminando hacia la puerta del conductor hasta que dejé de verlo. Supe que se bajó en Itagüí.
Antes de eso, el joven de mi lado derecho que durmió todo el viaje, abrió instantáneamente sus ojos cuando se anunció la llegada a la estación Envigado y rápidamente se puso de pie. Su almohada, perdón, su bufanda, se cayó en la silla, pero le dio tiempo de cogerla y salir con prisa antes de que las puertas del tren se cerraran.
Edison, el usuario de la sexta silla del frente venía con la boca abierta, muy dormido. Rogué para que no se pasara de estación. Se ve que ya tiene su mente entrenada. En Itagüí también se despertó un poco desconcertado, se puso de pie, se estiró y salió del tren con prisa.
Todos los que venían conmigo desde Niquía en las sillas del frente, ya no están.